martes, 27 de noviembre de 2007

Natillas de alcachofa

No envidio a esos pomposos imbéciles
que se extasían ante la madriguera de un conejo.
Porque la naturaleza es fea, cargante y hostil.
No tiene ningún mensaje que transmitir al ser humano.
Es agradable, al volante de un potente Mercedes.
Atravesar lugares grandiosos y solitarios
manejando con destreza la palanca de cambios.
Se dominan los montes, los ríos y las cosas.
Los cercanos bosques se deslizan bajo el sol
y parecen reflejar conocimientos antiguos,
se presienten maravillas en el fondo de sus valles,
y al cabo de unas horas empiezas a confiarte,
te bajas del coche y empiezan los problemas.
Aterrizas en mitad de un desorden repugnante,
de un universo abyecto y desprovisto de sentido
hecho de piedras, de zarzas, de moscas y de serpientes.
Echas de menos los aparcamientos y los vapores de gasolina,
el brillo suave y sereno de un mostrador de níquel.
Demasiado tarde. Demasiado frío. Comienza la noche.
El bosque te oprime en su cruel sueño.

Michel Houellebecq


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A ver, vayamos por partes:
La madriguera de un conejo, más que fea, cargante y hostil, se me antoja bella, relajante y hospitalaria. Basta con amueblarla bien. Si vale la pena gastarse mil euros en algo es en un buen sofá. Lo que le pasa al señor Houellebecq es más que nada que el tedio le hace confundir ciertas cosas, por ejemplo la depresión con las natillas de alcachofa.
Yo he conducido la bestia negra, un repugnante y maravilloso mercedes 600 y, os digo que, cuando sacas un pie para volver al mundo real (llamado viejo ford fiesta), todo es tremendamente deprimente, pero al menos puedes tirar la ceniza al suelo, llenar de migas el asiento del copiloto y cerrar la puerta de una patada sin necesidad de estar enfadado. Así, cuando paras a mear en medio de la nada, las zarzas representan un esfuerzo de adaptación al medio, las moscas te indican que si te mueres allí mismo al menos se te comerán los gusanos si no llegan los buitres, y la serpiente te recuerda que es mejor pisar este mundo con unas buenas botas.
Además, el señor Houellebecq ha olvidado citar los pestilentes lavabos de las áreas de servicio. Pero yo sé que los frecuenta para ampliar su colección de fotos de escobillas de váter abandonadas.
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