lunes, 3 de diciembre de 2007

Videojuegos, karaoke poético y un bogavante.

Si se trata de que el consumidor de videojuegos sea artísticamente creativo mientras juega, lo cual es un concepto efectivamente muy interesante, resulta que nos vamos a otro campo. Es decir, cuando el poeta escriba libros de poesía en que el lector se vea obligado a hacer versos para poder continuar leyendo, la poesía habrá adquirido una nueva función, y partirá de otros puertos intelectuales, el poeta pasará a ser un artesano de estrategias. Me da pereza reflexionar un poco más sobre esto ahora aunque sé que no estaría mal, pero se me ocurre en cambio otra cosa: que no se ha inventado el karaoke poético. Sería darle a la poesía un espacio de decadencia que en estos tiempos tienen ya todas las demás artes. Lo estoy imaginando: oficinistas borrachos recitando cubata en mano a Gil de Biedma y a Fray Luis de León. Sin duda los dermatólogos tendrían más trabajo, pues me salen sarpullidos en las plantas de los pies sólo de imaginarlo.

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Volviendo al asunto de los videojuegos, creo que para que puedan ser considerados arte habría que crear unos escenarios, unos personajes y una trama que vayan más allá de lo convencional y, más allá de la mera intención de entretener y sorprender. Que el creador busque conmover, haga reflexionar, muestre algo de las eternas preocupaciones humanas, nos haga reír o llorar de emoción, sea crítico con aquello que nos perjudica, proponga caminos para la evolución o exprese sentimientos. Jugar sería como vivir una historia de amor, una intensa amistad o enfrascarse en un proyecto vital.
Claro que si se trata de establecer el concepto de arte en torno a la intención artística, en mis ratos libres me dedico a pintar, y ayer me dije: "Voy a pintar un cuadro. Consistirá en unos garabatos hechos con
mayonesa con conservantes y extendidos con un cepillo de dientes. Y en la esquina superior derecha dibujaré a carboncillo un hocico de pastor alsaciano y una aspirina."
Me acerqué al lienzo armado con el cepillo de dientes pringado de
mayonesa dispuesto a embadurnarlo a conciencia, y cuando fui a trazar el primer garabato, me dije: “No”. Y no lo toqué, no pinte nada. Decidí venderlo tal como estaba, pensé: "Si la esencia del arte está en la intención artística, este lienzo ya la tiene."
Se va a llamar: “Restos de un
bogavante dejados al borde del plato, casi”.

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